miércoles, 26 de agosto de 2020

1994 La murga vuelve a nacer. Ciclo en Monserrat. Diario La NACIÓN




La Nación, viernes 6 de mayo de 1994
Las murga vuelve a nacer
Por Arnaldo Iadarola
Aleteo de diablos, palpitar de pechos tatuados por el mar potente de lentejuelas... definió la poeta Diana Bellessi luego de asistir a una función de la murga Los Funebreros de San Martín. Según Coco Romero, líder de Los Quitapenas, “la murga es un encuentro de muchedumbres que respetan ciertos códigos”. De un modo u otro, y aunque sus destellos no sean los de antaño, es cierto que la murga porteña aún palpita en varios puntos de la ciudad.
Y precisamente Coco Romero (músico e investigador cultural) ha levantado el noble y rante estandarte de raso y arpillera, decidido a instalarlo de nuevo en su otrora glorioso retablo. “El apogeo de la murga fue en los años cuarenta –señala- , pero poderosos medios de comunicación, la radio primero y luego la tevé, contribuyeron a ralear la presencia callejera de tan fuerte expresión popular. Con todo, la murga sobrevivió con relativa buena salud hasta el proceso militar, su prohibición (si no mediaba registro en las perspectivas comisarías barriales), significó casi su golpe de gracia.”
Romero comenzó a investigar el tema hace unos tres lustros, visitando las murgas existentes, entrevistando a sus más antiguos referentes, haciendo música con ellos y confeccionando un completo archivo del tema. Sorprenden sus viejas fotos de calles porteñas transitadas por comparsas e cientos de miembros en vistosos disfraces.
“Orfeones, rondallas y otras comparsas de inmigrantes europeos reproducían, bajo tales nombres, melodías, vestimentas y otras costumbres de susu tierras –informa Romero -. Estaban compuestas por hasta doscientas personas, y una estructura musical rítmica: con redoblantes, zurdos y cencerros, y generalmente acompañada por una orquesta de vientos. Del cruce de las comparsas con los festejos carnavaleros de los negros descendientes de esclavos y de los inmigrantes humildes, que comenzaron a arribar de España e Italia, surgiría, hacia los años veinte, la murga.”
Compuesta por no mas de ochenta personas, y un acompañamiento musical basado casi exclusivamente en bombo, platillos y silbatos, las mugas criollas en sus desfiles de Carnaval- supieron reflejar preocupaciones sociales en las letras de las canciones.
Caras y caretas
“Hoy todavía existen murgas de larga tradición en varios barrios porteños: el Abasto, Palermo, Almagro, La Paternal, San Cristóbal, la Boca, Liniers y Saavedra, son los más importantes”, enumera Romero, ahora firmemente empeñado en difundir la murga entre las generaciones más jóvenes y en nuevos ámbitos. Con tal objetivo, dirige un taller, abierto a todo público (sábados de 14 a 16), en el Centro Cultural Ricardo Rojas y ofrece recitales con el grupo Yo lo vi.
“A veces me preguntan si es posible estudiar murga? ¿No se trata de algo que se aprende lejos de las aulas, en la calle? La pregunta en sí; claro que se puede –opina Romero- Porque lo que nosotros hacemos no es sólo teoría, sino, y en especial, transmisión de información y experiencia. En el taller del Rojas son habituales las visitas de viejos murgueros, y entre junio y agosto, junto con el antropólogo Ricardo Santillán Güemes, vamos a coordinar tres eventos en el Centro Cultural san Martín, donde veteranos murgueros, como el afamado Nariz y valores jóvenes como el gallego, serán expositores de honor.”
Sin embargo, lo que quizá dé cuenta acabada de la fertilidad de la labor de Romero sean Los Quitapenas, murga de veinte miembros formada en el Centro Ricardo Rojas, una de las actualmente mas conocidas, respetada incluso entre los murgueros de vieja estirpe. O la murga de 1500 niños puesta en funcionamiento por su alumno Félix Loiácono, durante el programa Escuelas de Verano, de la Municipalidad.
Después de todo, uno de los requisitos esenciales del murguista es el poder de la metamorfosis, mientras dura la función. Así como en los antiguos carnavales porteños los negros vestían las galantes ropas en desuso de susu patrones blancos, los murguistas de hoy son seres por completo comunes que, al subir al tablado, se transforman en otros. Y con tamaña capacidad mutante, no resulta extraño que la “tarea de puente” que se propone Romero resulte exitosa.
“Pablo Mosteirín el saxofonista , es el único miembro del grupo que se dedica a la música. Tato Serrano a cargo de bombo y baile es remisero, Julio Locatelli, el acordeonista, es licenciado en computación;: Monito Viera, el percusionista, trabaja con su tío; el bajista Pablo Vlacich es artesano del cuero en plaza Francia, y yo me dedico a la investigación”, explica Romero.
Integrantes de Yo lo vi, todos los sábados a partir de las 22, en el Centro Cultural Monserrat (Lima 411), se encargan de exhumar toda la inmensa, triste y potente alegría de la murga.

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