lunes, 16 de diciembre de 2019

1997 “Murga de taller y vs. murga de la calle: una polémica estéril” LA MAREA

https://revistalamarea.com.ar/numero-9-otono-1997/

Reportaje publicado en la revista “La Marea”
Revista de cultura, artes e ideas. Año IV – N° 9 – Otoño de 1997.
Reportaje Derli Prada
“Murga de taller y vs. murga de la calle: una polémica estéril”


El poder siempre desconfió del carnaval, asegura Coco Romero, editor de la revista El Corsito. Pero la fiesta se ha renovado con el aporte de nuevas generaciones que han echado a andar “al gigante adormecido de tristezas”, dice. El carnaval creció al margen de la cultura oficial, pero después hasta Alsogaray contrató murga para sus campañas. La murga de bombo con platillo permanece ligada a la mística barrial y a la crítica social. La aparición de talleres, el aporte de gente de teatro, la participación de la clase media y otros nuevos plantean polémicas. Pero Romero asegura que es falso el presunto antagonismo entre barrio y el taller. “el bombo y el baile murguero –dice- fueron resignificados por las nuevas tribus urbanas”.

Coco Romero conoció la murga como parte de los juegos de su infancia. En 1988, este salteño de 41 años, criado en Buenos aires, animó en el Centro Cultural Ricardo Rojas el seminario Murga, fiesta y cultura, piedra fundamental de un taller instalado hasta la fecha se formaron varias camadas de murgueros jóvenes.
Con el grupo musical “La Fuente” (1978 – 1983) incluyó el tema “Dónde fueron los murgueros” un repertorio que hablaba de las cosas que pasaban.
Quedaron dos discos como testimonio de esa época. Casi todos los recitales terminaban con baile de huayno o murga. “Desde entonces – dice – abracé la murga y luego el carnaval como proyecto, recopilando, relevando material histórico y de tradición oral, e intentando por todos los caminos general espacios nuevos, de reflexión y encuentros para su divulgación “En el ’94 grabó con el grupo “Yo Lo Vi” el CD Murga, viejo brujo como síntesis de su experiencia en el tema. Desde el carnaval del ’95 se ocupa cada dos meses de “El Corsito”, publicación de distribución gratuita dedicada al carnaval, que llega a escuelas primarias, secundarias, bibliotecas e instituciones del país.
Sigue un dialogo acerca de las perspectivas del carnaval y, entre otras cosas, la polémica entre los “talleres” y los “barrios”.

-¿El carnaval ha muerto, agoniza o retorna con gran esplendor? ¿Cuál es su situación actual?
- La frase “el carnaval está muerto” no es nueva. Siempre fue una muletilla acuñada por el poder y aparece en nuestra historia en el siglo pasado. No creo en retornos esplendorosos: creo en la vitalidad que aportan a este fenómeno cultural los jóvenes, el recambio generacional, motor indispensable para echar a andar al gigante adormecido de tristezas. Sin duda, socialmente algo ha pasado en estos últimos años, sobre todo en la última década: la vuelta a la democracia permitió reconstruir redes destruidas en momentos anteriores.

-¿cuáles fueron los momentos más críticos para el carnaval?
- La gente en la calle produce miedo. En una publicación que edité en el verano del’ 90 sobre la historia del carnaval porteño – dibujada por Enrique Breccia en forma de historieta – muestro que lo permanente, desde la Colonia a la actualidad en Buenos Aires, fue la prohibición del carnaval. Desde el virrey Vértiz, pasando por Rosas, Uriburu, hasta la junta Militar, que decretó su prohibición, borrando el festejo del calendario, deposición que sigue vigente en la actualidad. Se golpeó en distintos momentos el corazón de la fiestas. Recuerdo que de pibe, cuando salía la murga de mi barrio, el director general encargado del grupo, por orden establecido, debía presentarse en la comisaría más cercana con la lista de todos los integrantes detallando: nombre, documento y domicilio.

- ¿ cuál debe ser la relación entre los murgueros y el eventual patrocinio del Estado o entidades privadas?
- Por su naturaleza, esto se desarrolló en los suburbios, en la orilla. Chiquilines de caras tiznadas y trajes de arpilleras que salían con latas a la calle, bailando con movimientos epilépticos y cantando coplas de doble sentido. Creció al margen de la cultura oficial. Pasados los años, el género creció, se transformó y surgieron nuevos roles – líderes barriales, punteros políticos, futboleros devotos del carnaval – que instalaron a la murga en distintos escenarios: el corso, la cancha, las manifestaciones y marchas. Su independencia se relativiza. Alsogaray, para un acto político del año ’83, contrató una murga del conurbano para que animara la marcha.

-¿ En los ’90 hubo algún cambio en la composición social de las murgas?
- Un fenómeno que antes no se daba es la participación de la clase media. También el aporte de gente ligada al teatro callejeros, que oxigenó lo escénico y el vestuario, marcó nuevas pautas. Por otro lado, los talleres de murga desparramados por toda la ciudad admitieron distintos participantes. Esto generó otras formas de recuperación de la palabra en torno del bombo popular y acercó a músicos de estudio; algunas murgas contratan músicos para acompañarse o para mejorar al canto. La estética de la murga se filtró en los medios masivos y provocó un impacto en otros estratos. El bombo y el baile murguero es resignificado por las nuevas “tribus” urbanas. Y también es reconocido en el ambiente escolar, especialmente en el nivel primario, donde se realizaron experiencias co actividades interdisciplinarias en Capital federal y provincia de Buenos aires. Cientos de chicos, jugando a la murga van al encuentro de una fiesta llamada Carnaval.

-¿ cómo se articula la relativa “profesionalización” que implica un escenario de teatro con la participación amplia de la gente?
- Los escenarios de teatro han cumplido una función importante en el sentido de mantener vivo el movimiento. En cuanto al profesionalismo, no está instado en los grupos; sí podría decidirse que se preparan lo mejor que pueden. Nadie colabora económicamente con su desarrollo. Casi todas las murgas trabajaron a la gorra, o por un viático mínimo que solo permite amortizar los gastos. “Total es una murga”, se dice muchas veces. Los programas de cultura de los gobiernos de la ciudad apuntan a mantener un esquema de importantes cachets para artistas reconocidos y grandes encuentros multitudinarios, pero poco apuestan a generar espacios para fiestas participativas. Aun así, el carnaval resucita porque es una fiesta poderosa. Siempre aparecerá alguien que tome la posta de Momo.

-¿Se mantiene la crítica social y el sentido de solidaridad en las murgas actuales?
- El bombo con platillo y la crítica a distintos aspectos de la vida social y cultural siguen bajo la denominación de “murga tradicional”. Otra s murgas optaron por incorporar instrumentos de vientos, acústicos, eléctricos, máquinas de ritmo y otras percusiones, como por ejemplo zurdos, redoblantes y cencerros, abriendo más el panorama de estilos. Hay más variedad, influencias uruguayas, bahianas, comparsas murgueras, comparsas más teatrales, con más coros. Pero, ¿qué es la murga? La palabra, hoy más que nunca, lleva un peso y una magia muy especial. Al no tener dueño cada cual se la apropia y la toma como quiere, eligen, aplauden o se van a dormir, buscando la murga ideal en su sueño. en Mi opinión, todos los caminos son buenos, todo suma. En general, las nuevas murgas no se han formado sobre místicas barrial. Aun así, todas concluyen, desde distintos barrios, al encuentro del bombo como símbolo de unión. Distintas profesiones, actividades, extracción y edades, que pueden expresar un sentimiento común. La mujer le puso un toque distintivo a esta etapa, reflejando en cuerpo y alma la gestualidad que era hasta ahora patrimonio exclusivo del hombre. Quedó atrás el acompañar, ahora participa activamente; a veces hay abrumadora mayoría femenina.
- Para los reclamos planteados por el movimiento murguero ¿se hace necesaria alguna instancia organizativa de unidad?
- Sin duda, hace falta organizarse. En el ’88 intentando crear la Federación de Murgas, en el Fondo Nacional de las Artes. Se avanzó en reuniones, se formaron actas. La idea era mantener una red de información, compartir problemáticas en lo organizativo y lo artístico. El esfuerzo quedó en el camino. Aún no estaban dadas las condiciones; la realidad muestra que los grupos apenas pueden mantener su estructura. Tal vez sea posible abrir nuevos diálogos y buscar formas de recuperarse. Un ejemplo fue la “Marcha murguera” de este año, año, ideada y organizada por los propios grupos, sin banderas políticas, y eso tiene que ver con la continuidad. Lamentablemente, sigue flotando por ahí la anatomía estéril de “murga de taller” versus “murgas de barrio”. Sería interesante que los jóvenes directores conviertan su murga en taller – escuela, donde se trabajen todos los aspectos que hacen a esta manifestación, desde la letra, el vestuario, el ritmo o la historia. Un camino a tomar es la reafirmación de las murgas como lugar creativo, como instrumento de rescate y promoción cultural, generando su propio discurso y utilizado el arte como forma de conciencia y expresión. Esta podría ser forma de evitar que, como se dice comúnmente, muera el carnaval.

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