Don Momo y la participación colectiva por Coco Romero
El carnaval es un espacio de fuerte
contenido social y cultural, del cual se ha dicho que es la fiesta que el
pueblo se regala a sí mismo sin la mediación de los poderes políticos o religiosos;
saberes tradicionales que han pasado de boca en boca más allá de las prohibiciones
y de la negaciones recibidas a lo largo de los siglos.
El
festejo de carnaval atravesó todos los tiempos y todos los espacios posibles, y
sobrevivió a cuanto sistema de gobierno se le opuso. Se convirtió en la fiesta
de las fiestas donde el arte popular fue, y es, el gran protagonista.
Carnaval es sinónimo de morir y
renacer, sin espíritu complaciente y sin mendigar. En cada celebración que surge
en remotos lugares del mundo y en diversas geografías, toma el trono con una fuerte
carga simbólica que hoy, más que nunca, debería llenarse de contenidos.
Desde
la recuperación de la democracia, miles de personas, a lo largo y a lo ancho de
nuestro país, confluyeron en las murgas, fundaron nuevas agrupaciones, se
sumaron a las centenarias comparsas del Norte y del Litoral, o renovaron las
viejas formas de participación festiva. Se convirtieron en un movimiento
dinámico generador de grandes y pequeños festejos carnavaleros, que fortalecieron
importantes lazos humanos.
Hoy,
detrás del festejo censurado por la cultura oficial, hay un enorme número de personas
movilizadas, pero falta la restauración del feriado del lunes y martes de
carnaval que, aunque recuperado en la
CABA , no lo está a nivel nacional. La vuelta de don Carnal haría
más visibles las formas con que se manifiesta en nuestro país, desde el
diablito carnavalesco de la
Quebrada de Humahuaca, el corso popular Matecito de
Gualeguaychú, hasta los muñecos gigantes
de la tierra de Jauretche; toda esa creatividad tendría una conexión. La juventud
debe apropiarse de ese imaginario.
En esta fiesta es imprescindible la
participación colectiva. De tal modo, desaparece el público y todos somos
actores (quizás ese punto ideal es el que resulte más fascinante y utópico).
En cambio, la tendencia actual es plantear
el carnaval sólo como un espectáculo, cuando lo que habría que fomentar y
gestionar desde la cultura es la aportación creativa de la comunidad: no hay
carnaval sin disfraz y sin participación colectiva.
Una vez más, este festejo nos fuerza a
no perder la memoria. Aquí
se ponen en escena las bondades y las pobrezas de nuestra sociedad: siempre
cito que a fines de la década del 60, mientras la policía pegaba bastonazos a estudiantes
y profesores, los niños, en los corsos, jugaban a golpearse con bastones de
plástico y producían así su parodia. Las sociedades siempre ponen, crudamente, su
realidad en escena.
Me imagino la fiesta de carnaval del ecunhi
con más participación y con todos los colores de la diversidad: los afro argentinos,
las comparsas del Norte, las murgas del Litoral y de Cuyo y las agrupaciones
humorísticas, categoría que habría que estimular para rescatar uno de los genuinos
espíritus del carnaval.
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