El renacer de la alegría
murguera
Entrevista realizada
por el Periodista Hernán Scandizzo
Caldenia Domingo 28 /
10 / 2001
La Arena La Pampa
Hace poco más de una década, al aproximarse el
verano, el bombo murguero empezaba a
sonar en algún baldío, sociedad de fomento o club e barrio. Eran los pibes que,
unos meses antes, se preparaban para el carnaval. Hoy en casi todas las plazas
de Buenos Aires y en otras muchas de todo el país ese bombo murguero suena, sin
importar la época del año, para la alegría de unos y fastidios de otros. Es que
la murga ha gambeteado al carnaval y anda suelta por las calles.
Como Romero, es algo
que tiene que ver con todo eso, algo sabe del tema. En 1988 lanzó la propuesta
de realizar talleres de murga en el Centro Cultural Rojas, ahí, sobre la
Avenida Corrientes, a pocas cuadras de Callao, en el corazón de Buenos Aires.
Entonces la murga dejó el barrio y se fue para el entro, con el tiempo volvió
pero ya no era la misma. Trece años después de que tiró la piedra, Coco no esconde
la mano y habla con Caldenia
-¿Quién es Coco Romero?
- Esencialmente me
pongo la palabra músico, porque, es la herramienta con la que de alguna manera
entré en la murga. La investigación me acompaña prácticamente desde hace 20
años, de manera autodidacta, pero metódica al fin; y docente. Así que mi oficio
anda dentro de la música, la investigación y la docencia.
-¿Te sentís responsable del fenómeno murguero?
-No, porque realmente
sería una observación muy pobre de la situación, semejante dispositivo social
es un complejo entramado de voluntades.
- Pero de alguna manera la murga necesitó del
empuje que se le dió desde talleres como el tuyo.
-Sí, lo necesitó. Cuando
nosotros en el 88 largamos con la idea
de taller de murga, había 10 murgas, ahora hay 150. Entonces algo pasó. Y
después otras lecturas, que hacen a una cuestión sociológica de la ciudad, por
ejemplo, cuando yo era pibe, si tocabas viola eras un raro y si hacías teatro
un marica, era un grupo cerrado. Eso fue lo más difícil que se encontró en la
estructura de la murga tradicional: amateurismo- fundamentalmente- y bohemia,
que circulaba en dos meses concretos y que oficiaba como un espacio de juego de
esos muchachos que la pasaban bien en el carnaval.
-¿Cómo reaccionaron las murgas de barrio cuando
empezaron los talleres?
-Con misiles. Vos
decías talleres de murga, y te decían loco, vos estás del… Éramos como las
radios AM y FM, estábamos en otra sintonía. Además en los primeros años hice
muchas locuras, como meter a la murga en el teatro (la obra “los indios estaban
cabreros” estuvo en escena durante un año98/99- y fue galardonada con cuatro
premios ACE). Había murgas que no querían actuar en invierno. Pero con los años
se fue poniendo en caja, porque ellos se dieron cuenta que fue un trabajo que
nos sirvió a todos. Me parece que esto movilizó y os tipos que la tenían
olvidada la recuperaron. En un momento yo decía esta frase: “la murga es como
una mina a la que los tipos trataron mal. Apareció un guacho y se la llevó. Ahí
dijeron. Ah, está buena la gordita”. A la mina cuando la veían siempre en la
casa no le daban bola, pero cuando vieron que se les iba, chau, se pusieron las
pilas.
Si el taller no
hubiera existido la murga seguiría, solo contribuyó a instalar el fenómeno en
otro lado, a estar más a tono con lo que es la murga en el mundo. Porque la
murga no es un invento porteño ni es un invento uruguayo, en todo caso tiene
una paternidad española.
-¿Qué le cambió esta nueva murga a la
tradicional?
-Una de las cosas qué
me parece más interesante es que hubo una democratización y salió del patrón de
la vereda, aunque esta nuevas estructuras tiene otros problemas. Es decir, en
la murga que yo vi cuando tenía 12 años, el capo era uno, si te gustaba bien y
si no también. Y ahora me parece más interesante, se establece otro tipo de
conexión entre la gente. También la murga empezó a ocupar otros espacios más
allá del carnaval. Por ejemplo se las ve en marchas de protesta. Eso ya es como
un folklore propio de una cuestión, hay murgas en marchas y hay murga con
(Marcelo) Tinelli…
-Pero la sacaron del contexto de los días de
carnaval.
-En eso me detendría,
no todo lo que trajeron los talleres fue lindo, porque también aparecieron
cosas que... ahora cualquiera se pone una levita y es Gardel. Y pierde una especie
de ritual que había antes, sencillo, pero ritual al fin.
-¿La murga conserva su esencia herética, de
burla?
-Sí, la mantiene, pero
lo que ha enamorado a los jóvenes es la danza. El baile hipnotizó y enamoró
muchísimo, y no crecieron tanto las otras partes del discurso de la murga: la
letra, el vestuario, la gestualidad, la gracia, la simpatía. Es una danza
interesante, pero la realidad es que casi obedece a elementos primarios.
La vida transcurre de murga en murga y
éste es un diagnóstico que veo constantemente: a los pibes les cuesta horrores
valorara estos oros conceptos que son muy fuertes en la murga. Todavía no les
termina de caer la ficha de que la murga hace uso de un espacio escénico y que
el teatro está ahí, presente. Creo que esos son los años que faltan, pero sobre
todo es el amateurismo que no permite el crecimiento.
Los pibes tiene en la
mente una cosa que me resulta increíble, y es que valoran lo que pasa en otros
lados:” ¡Uy, como cantan los uruguayos! ¡Cómo tocan!”. Pero no se dan cuenta de
cómo ha sido esa dinámica. Uruguay es un país dónde hay concursos
rigurosísimos, si vos cantas mal, cantas mal, no es que vas ir de malo a decir:
“Yo soy capo de la murga, manejo a los pibes…”.
Cuando hago los
talleres siempre alguien me dice: “si le sacas eso, le sacas la esencia”. ¿La
esencia está en que sigamos tocando el bombo como Tula (bombista del ex
presidente Carlos Menem)? ¿En que terminó el Tula? Teniendo una agencia de
tocadores de bombo para los mítines políticos. Entonces una cosa es la fantasía
y otra la proyección real de la murga, como género artístico, en una ciudad
como ésta. Evidentemente se podrá seguir haciendo murga de barrio, para que
este todo el mundo contento, pero ubiquémonos: la murga es un género artístico
y en muchas partes del mundo se lo desarrolla como tal. Desde una cuestión muy
for export como es en el Uruguay o con una fuerte connotación con lo propio,
como en Cádiz, donde es un carnaval más sencillo y son laburantes quienes lo
disfrutan.
-¿Más allá de todas las falencias que señalas,
sin duda la murga es la expresión popular que mayor crecimiento ha tenido en la
última década? Crecimiento que no ha tenido el rock, por ejemplo.
-Si, de todas maneras
creo que hay como una lógica. En algunos artículos escribí: “el rock y la murga
son ríos subterráneos que se tocan”. Así como el joven de clase media conoció a
la murga del Uruguay por Jaime Ross cuando uno se acerca al fenómeno se da
cuenta de que Jaime no es un murguero, es un músico que metió la murga dentro
de su música. Y acá los grupos de rock y de pop, con fuerte llegada a la
juventud, le han echado mano a distintos elementos de la murga. Sin darse
cuenta de que quizá ese videoclip que era desparramado por todo el país iba
planteando semillitas de murga en lugares impensados.
En Tuta Tuta Los
Auténtico Decadentes y en Mal bicho de Los fabulosos Cadillac´s echaron mano a
la murga, y esto desparramó una parte de ese discurso. Y ahora, cerrando el
periplo Los Redondos (su último disco se llama Momo Sampler) en su poética,
donde está muy claro el murguero como una entidad social, como algo más
abarcativo.
-¿En qué lugar te llamó más la atención que se
haya formado una murga?
-En la Patagonia, La
murga Franca de Caleta Olivia, en santa Cruz. Me llamó la atención porque sopla
un viento que no te deja caminar y los tipos bailan. También hay otra murga
interesante en el sur es la Murga Guacha del Río Quemquentreu, de El Bolsón.
Pero bueno, es un
ambiente medio especial, es casi lógico que exista una murga ahí.
En general lo que han
hecho los medios de comunicación es que todos escuchemos cosas parecidas, y
creo que es por eso que en todo centro urbano ha crecido la murga,
esencialmente dentro de ese espacio. Después hay muchas experiencias sociales,
murgas con chicos sordos, comparsas de gente que está encerrada por problemas
de su azotea. Aunque me parece que ya son como cosas que hacen más a la
participación y no es exactamente murga. Pero el Momo ha curado a muchísimas
personas.
-En una década que se caracterizó por la
atomización de la sociedad, las murgas transformaron las plazas en un espacio
de encuentro.
-Sí, es llamativo, en
todo el país. En la murga, además de la liberación del cuerpo, se dan roles de
sociabilidad distintos. Mucha mezcla de gente de distintos palos, de distintos
wines, expuestos en un baile de la calle. Y eso me parece que es lo
interesante, respecto a recitales donde son guetos, lugares cerrados, oscuros,
noche. Además en cualquier plaza puede brotar en un bombo.
-¿El carnaval menemista tuvo algo que ver con
el desarrollo de la murga?
-Yo creo que sí en un
punto, pero trato de tener un poco de cuidado con eso… Casualmente vi un artículo
de Pág. 12 donde hablaban de las Murgas de Chupete, porque la Alianza, antes de
subir al poder le dio máquina bárbara a las murgas y todavía no les pagó por su
actuación en el carnaval pasado.
Las murgas de la
ciudad están bajo el ala del Gobierno de la Ciudad (Autónoma de Buenos Aires) y
para mí hay que repensarlo. Porque generan carnavales sin contenido y además se
ha roto una dinámica de trabajo, de autogestión.
- Me refería al carnaval menemista, en cuanto a
carnaval como tiempo de subversión de valores y significados, al tiempo en que
las cosas no son lo que aparentan.
-Sí, y no cambió, el
carnaval se instaló como un estado general.