Diario TIEMPO ARGENTINO
26 junio 2010
Entrevista a Coco Romero
Mónica López Ocón
Fotos Daniel Baca
Coco Romero, tanto desde su producción artística personal como desde los talleres del Centro Cultural Rojas, hizo para que esto sucediera. Músico, cantante y murguero de ley, es también formador de murgueros. Uno de sus últimos proyectos es la musicalización de los poemas El gallo pinto, del poeta y titiritero Javier Villafañe. Y aquí redobló la apuesta: que los chicos bailen murga y, además, conozcan los poemas de Javier.
-DE PEQUEÑO Y DE JOVEN ME GUSTÓ EL ARTE Y SIEMPRE PENSÉ QUE ES UN DISPOSITIVO IMPRESIONANTE PARA CONECTARSE CON EL PUEBLO Y, TAMBIÉN, UNA POSIBILIDAD DE TRABAJAR POLÍTICAMENTE
-¿Qué te llevo a volcarte a una expresión que ocupaba un lugar marginal?
-De pequeño y de joven me gustó el arte y siempre pensé que es un dispositivo impresionante para conectarse con el pueblo y, también, una posibilidad de trabajar políticamente. La comprobación de esto fue la dictadura. Yo me siento hijo de un proyecto común que hicimos del '78 al '83, que fue La Fuente. Hablar en plena dictadura de la amistad, de los desaparecidos, de la murga, generar con los curas de base proyectos increíbles como La Pasión, que hoy se convirtió en fiesta popular, era algo muy intenso.
-¿Qué fue La Pasión?
-Con curas de base como el padre "Pajarito", que tenía un proyecto que se llamaba La virgen del buen viaje, comenzamos a ir a zonas como Solano a ofrecer una alternativa de tortas fritas, mate y reflexión para hacerle frente al problema de la droga, que ya comenzaba a meterse en nuestra sociedad. Así comenzamos a organizar diversos eventos. En el '83 hicimos una presentación en la cancha de Vélez ante 40 mil personas. Al año siguiente Ia Pasión se hizo en un pueblo de la provincia de Buenos Aires, Madariaga, y hoy es una fiesta popular en la que trabajan más de 300 personas y de la que participan 5000 personas diariamente en un pueblo que debe tener unos 15 mil habitantes.
-¿Y no tuvieron problemas durante la dictadura?
-Sí, en su momento los tuvimos, pero el público de La Fuente era un público muy agradecido, que nos seguía. Durante la dictadura hubo mucha más gente trabajando en este tipo de proyecto de la que podría pensarse hoy.
-¿Ya comenzaba a insinuarse tu pasión murguera?
-Todos los recitales de La Fuente terminaban con un huayno del norte y con la murga. Vivíamos en una pensión y como no teníamos guita para comprar equipos eléctricos comenzamos a tocar la viola. Desde el '77 fogueamos un repertorio increíble en todas las fiestas que había. En el '79 fuimos soporte de Spinetta, Vox Dei y Alejandro Medina. Para nosotros era increíble.
-¿Qué significa para vos la murga?
-Mi infancia.
-¿En qué barrio vivías?
-Me crié entre Coghlan, Belgrano R y Villa Urquiza. A los 12 años yo era un murguerito que ensayaba en el terraplén de la estación de Belgrano R. En esa época para nosotros la diversión pasaba por la caza de mariposas, la pelota de frente a frente, las kermeses de Villa Urquiza, el Carnaval y la murga.
-¿En ese momento el Carnaval era algo diferente de lo que es ahora?
-No, yo creo que esa es una fantasía. Nosotros éramos un grupo bravísimo en el que no había chicas.Historia de nuestra identidad
-De pequeño y de joven me gustó el arte y siempre pensé que es un dispositivo impresionante para conectarse con el pueblo y, también, una posibilidad de trabajar políticamente. La comprobación de esto fue la dictadura. Yo me siento hijo de un proyecto común que hicimos del '78 al '83, que fue La Fuente. Hablar en plena dictadura de la amistad, de los desaparecidos, de la murga, generar con los curas de base proyectos increíbles como La Pasión, que hoy se convirtió en fiesta popular, era algo muy intenso.
-¿Qué fue La Pasión?
-Con curas de base como el padre "Pajarito", que tenía un proyecto que se llamaba La virgen del buen viaje, comenzamos a ir a zonas como Solano a ofrecer una alternativa de tortas fritas, mate y reflexión para hacerle frente al problema de la droga, que ya comenzaba a meterse en nuestra sociedad. Así comenzamos a organizar diversos eventos. En el '83 hicimos una presentación en la cancha de Vélez ante 40 mil personas. Al año siguiente Ia Pasión se hizo en un pueblo de la provincia de Buenos Aires, Madariaga, y hoy es una fiesta popular en la que trabajan más de 300 personas y de la que participan 5000 personas diariamente en un pueblo que debe tener unos 15 mil habitantes.
-¿Y no tuvieron problemas durante la dictadura?
-Sí, en su momento los tuvimos, pero el público de La Fuente era un público muy agradecido, que nos seguía. Durante la dictadura hubo mucha más gente trabajando en este tipo de proyecto de la que podría pensarse hoy.
-¿Ya comenzaba a insinuarse tu pasión murguera?
-Todos los recitales de La Fuente terminaban con un huayno del norte y con la murga. Vivíamos en una pensión y como no teníamos guita para comprar equipos eléctricos comenzamos a tocar la viola. Desde el '77 fogueamos un repertorio increíble en todas las fiestas que había. En el '79 fuimos soporte de Spinetta, Vox Dei y Alejandro Medina. Para nosotros era increíble.
-¿Qué significa para vos la murga?
-Mi infancia.
-¿En qué barrio vivías?
-Me crié entre Coghlan, Belgrano R y Villa Urquiza. A los 12 años yo era un murguerito que ensayaba en el terraplén de la estación de Belgrano R. En esa época para nosotros la diversión pasaba por la caza de mariposas, la pelota de frente a frente, las kermeses de Villa Urquiza, el Carnaval y la murga.
-¿En ese momento el Carnaval era algo diferente de lo que es ahora?
-No, yo creo que esa es una fantasía. Nosotros éramos un grupo bravísimo en el que no había chicas.Historia de nuestra identidad
Coco Romero es La murga porteña Historia de un viaje colectivo, un libro que es material de consulta imprescindible tanto para investigadores como para artistas murgueros. En él, se remonta a los orígenes de esta expresión que devino emblema de identidad porteña y pasa revista de los grupos más representativos y algunas individualidades destacables, como el legendario murguero Eduardo Pérez, mucho más conocido por su apodo 'Nariz", que debuto en 1933, aunque sus inicios datan de mucho antes. Según señala acertadamente Jorge Dubatti en la contratapa, el lector encontrara en este libro "datos insospechados de una' tradición cultural potente, que se irradia en la música, la plástica, el cine, la literatura, incluso -al decir de Pedro Orgambide a través de Mijail Bajtin como procedimiento extendido, derroche y derrame, feliz generosidad del arte: "la carnavalización"
-¿Y cómo sigue la carrera musical?
-A los 15 años mi viejo me regala una guitarra y paso de la barra de Belgrano R a la barra de la iglesia redonda de Cabildo y Juramento con el guitarrista Botafogo, al que de pibe le decían "Miguel el peluquero" porque su padre era peluquero. Con él aprendimos a tocar en un sótano que era del viejo. Todos los sábados tocábamos ahí desde las 9 de la noche hasta las 7 de la mañana. Parábamos en la plaza de la iglesia redonda, donde había un pibe muy interesante, Mandinga, que tenía una relación muy loca con el rock y con la hinchada de Boca. Entonces llegaba y decía: "¿Che, quien puede plomear hoy?". Así nos convertimos en plomos de La Pesada del Rock and Roll y de Pappo's Blues. Yo aprendí a tocar el bajo mirando a Alejandro Medina. Hice el secundario en el Roca y allí con Tomi Gubitsch teníamos la banda más impresionante del colegio. Me fui de mi casa a los 17 años y en ese momento la vida era una maravilla. Terminé viviendo en una pensión con la guitarra bajo el brazo y haciendo un repertorio folklórico urbano roquero.
-EN EL 2001 PARA MÍ LA MURGA HABÍA LLEGADO A UN PUNTO FINAL. LA SOCIEDAD SE HABÍA CONVERTIDO EN UNA GRAN MURGA.
-EN EL 2001 PARA MÍ LA MURGA HABÍA LLEGADO A UN PUNTO FINAL. LA SOCIEDAD SE HABÍA CONVERTIDO EN UNA GRAN MURGA.
-Volvamos a la murga.
-En el '79 compuse esa canción que sigo cantando con La Matraca y que dice "Eo eo eo, ¿dónde fueron los murgueros? Eo, eo, eo, ¿dónde fueron a parar? "Cada una de las estrofas de ese tema es una parte de mi infancia. Ahí empecé a ver que con esta canción algo pasaba, que los pibes comenzaban a hacer ronda y se generaban murgas espontáneas. Cuando La Fuente termina, yo parto en un viaje que podría llamar iniciático a Salta, donde nací.
Mi madre era de los valles, mi padre de las montañas, mis abuelos eran criadores de cabras, y yo quería encontrarme con todo eso. A los seis meses, cuando volví a Buenos Aires, me dije: "Voy a hacer mi camino con la murga." Era el año '84 y desde entonces hasta ahora no paré. Para defender mi idea hice cosas que yo no pensaba hacer: escribir, buscar libros, tener archivo propio. El taller de murga comenzó a crecer y se convirtió en algo inesperado.
-¿Cómo llegaste al Rojas?
-Quizás se deba a varias cosas. Creo que la continuidad es una actitud política. Entre el '84 y el '88 yo ya había estado haciendo trabajos de campo. Siempre me gustaron las galeras que se usan en la murga porque algunas son una expresión muy barroca, con lamparitas, muñequitos. Era un barroco de barrio que para la formación que yo tuve resultaba deslumbrante. Entonces le sacaba fotos, me acercaba con un grabador e iba relatando lo que veía. Los corsos nunca pararon, aunque algunos digan que sí.
En el conurbano siempre estuvo presente, con dictadura o sin dictadura. Yo era seguidor de esos grupos. No estaban los pibes de Buenos Aires, pero esa es otra cuestión. Yo me metí de lleno y me puse a experimentar, hice espectáculos de coro de murga, me encontré con Diana Bellesi, que es una poeta increíble, y la llevé a ver a Los Funebreros de San Martín. Al tiempo me escribió un poema impresionante que está en el primer disco y que para mí es un lujo. Yo siempre tuve la idea de que había que construir puentes entre distintas expresiones. Toda esta locura no la podía canalizar a través de La Fuente, por eso tenía un grupo que se llamaba La Aldea con el que hacía murga y un repertorio de folklore. En ese grupo estaban Melingo, Cachorro López. Era un momento cultural muy interesante. En esos cuatro años experimenté mucho y les quemé la cabeza a todos mis amigos. Naser, que estaba en el Rojas, me preguntó si no quería ir a dar una charla, un taller.
Se anotaron 60 personas, algo rarísimo. Al año siguiente, en el '89, toqué la puerta de Rojas, dónde estaba como director Leopoldo Sosa Pujato. Me siento enfrente y comienzo a contarle toda la locura que yo creía que había que hacer con la murga. Y él me dice: "dale para adelante".
-¿Cómo podrías sintetizar la tarea que realizas allí?
-Por ejemplo, la murga Los Quitapenas, que se formó en el Rojas, ya cumple 20 años. Los Quitapenas salieron con nombre, repertorio, vestuario, todo. Luego me di cuenta de que lo correcto era seguir armando grupos. Por eso, hasta el '96, por decisión propia, saqué una murga o dos por año. En ese año ya estaba instalado el boom de la murga. Hicimos dos presentaciones de Divididos en Obras Sanitarias, en las que entramos con Los Quitapenas y con la murga Sacate el almidón, de Merlo, y de repente había 5000 pibes bailando murga. Ahí me dije "ya está, ya se largó la murga". Por eso, en el '97 ya no quise seguir sacando murgas nuevas, pero los pibes que iban al Rojas sí querían, de modo que hubo dos camadas que salieron a pesar de mí. Mi trabajo es tratar de fomentar la creatividad de los grupos que aparecen, es formar cuadros murgueros.
-Además, también editas una publicación.
-Sí, desde hace 16 años edito El Corsito. La hago con la mejor onda y trato de dar el mejor material para que todo el movimiento murguero crezca.
-¿Cuándo aparece el grupo La Matraca?
-En el 2001 para mí la murga había llegado a un punto final. La sociedad se había convertido en una gran murga. Comencé a sentir que los bombos tapan la voz y empecé a trabajar en eso.
-¿Cómo decidiste musicalizar El Gallo Pinto?
-Encontré una hermosa edición de 1947 en una librería de viejo. Yo creo en la señales, y tomé ese encuentro como una señal. ■
-En el '79 compuse esa canción que sigo cantando con La Matraca y que dice "Eo eo eo, ¿dónde fueron los murgueros? Eo, eo, eo, ¿dónde fueron a parar? "Cada una de las estrofas de ese tema es una parte de mi infancia. Ahí empecé a ver que con esta canción algo pasaba, que los pibes comenzaban a hacer ronda y se generaban murgas espontáneas. Cuando La Fuente termina, yo parto en un viaje que podría llamar iniciático a Salta, donde nací.
Mi madre era de los valles, mi padre de las montañas, mis abuelos eran criadores de cabras, y yo quería encontrarme con todo eso. A los seis meses, cuando volví a Buenos Aires, me dije: "Voy a hacer mi camino con la murga." Era el año '84 y desde entonces hasta ahora no paré. Para defender mi idea hice cosas que yo no pensaba hacer: escribir, buscar libros, tener archivo propio. El taller de murga comenzó a crecer y se convirtió en algo inesperado.
-¿Cómo llegaste al Rojas?
-Quizás se deba a varias cosas. Creo que la continuidad es una actitud política. Entre el '84 y el '88 yo ya había estado haciendo trabajos de campo. Siempre me gustaron las galeras que se usan en la murga porque algunas son una expresión muy barroca, con lamparitas, muñequitos. Era un barroco de barrio que para la formación que yo tuve resultaba deslumbrante. Entonces le sacaba fotos, me acercaba con un grabador e iba relatando lo que veía. Los corsos nunca pararon, aunque algunos digan que sí.
En el conurbano siempre estuvo presente, con dictadura o sin dictadura. Yo era seguidor de esos grupos. No estaban los pibes de Buenos Aires, pero esa es otra cuestión. Yo me metí de lleno y me puse a experimentar, hice espectáculos de coro de murga, me encontré con Diana Bellesi, que es una poeta increíble, y la llevé a ver a Los Funebreros de San Martín. Al tiempo me escribió un poema impresionante que está en el primer disco y que para mí es un lujo. Yo siempre tuve la idea de que había que construir puentes entre distintas expresiones. Toda esta locura no la podía canalizar a través de La Fuente, por eso tenía un grupo que se llamaba La Aldea con el que hacía murga y un repertorio de folklore. En ese grupo estaban Melingo, Cachorro López. Era un momento cultural muy interesante. En esos cuatro años experimenté mucho y les quemé la cabeza a todos mis amigos. Naser, que estaba en el Rojas, me preguntó si no quería ir a dar una charla, un taller.
Se anotaron 60 personas, algo rarísimo. Al año siguiente, en el '89, toqué la puerta de Rojas, dónde estaba como director Leopoldo Sosa Pujato. Me siento enfrente y comienzo a contarle toda la locura que yo creía que había que hacer con la murga. Y él me dice: "dale para adelante".
-Por ejemplo, la murga Los Quitapenas, que se formó en el Rojas, ya cumple 20 años. Los Quitapenas salieron con nombre, repertorio, vestuario, todo. Luego me di cuenta de que lo correcto era seguir armando grupos. Por eso, hasta el '96, por decisión propia, saqué una murga o dos por año. En ese año ya estaba instalado el boom de la murga. Hicimos dos presentaciones de Divididos en Obras Sanitarias, en las que entramos con Los Quitapenas y con la murga Sacate el almidón, de Merlo, y de repente había 5000 pibes bailando murga. Ahí me dije "ya está, ya se largó la murga". Por eso, en el '97 ya no quise seguir sacando murgas nuevas, pero los pibes que iban al Rojas sí querían, de modo que hubo dos camadas que salieron a pesar de mí. Mi trabajo es tratar de fomentar la creatividad de los grupos que aparecen, es formar cuadros murgueros.
-Además, también editas una publicación.
-Sí, desde hace 16 años edito El Corsito. La hago con la mejor onda y trato de dar el mejor material para que todo el movimiento murguero crezca.
-¿Cuándo aparece el grupo La Matraca?
-En el 2001 para mí la murga había llegado a un punto final. La sociedad se había convertido en una gran murga. Comencé a sentir que los bombos tapan la voz y empecé a trabajar en eso.
-¿Cómo decidiste musicalizar El Gallo Pinto?
-Encontré una hermosa edición de 1947 en una librería de viejo. Yo creo en la señales, y tomé ese encuentro como una señal. ■
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