Corría el año 89, y arme la compañía de músicos callejeros intente representar en el repertorio el espíritu popular urbano. Los juegos, sus poetas, las fiestas olvidadas. Levantamos el estandarte de las viejas bandas populares, una invitación a la alegría, el baile y a no perder la memoria, revalorizando desde allí la simbología carnavalesca, y la estética de la murga y su color, debo reconocer a la distancia que era una sonoridad cargada de nostalgia. Por entonces tenía una ensoñación con la coloratura musical del cuarteto Cedrón, debo a ese proyecto una conexión espiritual sobre todo con el trabajo sobre la poesía de Juan Gelman: Fábulas. El nombre Los caballeros del caño lo tome de un poema de R. G. Tuñón, que llamó así a los crotos –anarcos trabajadores golondrinas y rebeldes- que recorrieron el país llevando sus ideas libertarias, su amor y sus locuras.
Murgas en la Recoleta
12 de noviembre 1989 Diario Clarín.
A metros de la Biela, frente al Centro Cultural Ciudad de Buenos Aires, estaba preparado el tablado para el Tercer Encuentro de Murgas, organizado por dicho centro y por el Programa Cultural en barrios. Salía gente de la Iglesia de Nuestra Señora del Pilar cuando un cocker spaniel u un doberman se pusieron a ladrar a los bafles: "Los Caballeros del Caño", comandados por Coco Romero- uno de los “expertos” que están convocando al Primer Encuentro de Directores de Murgas y Comparsas, el 1° de diciembre en Alsina 673-, desafiaron a la meteorología. Frente al cartel que anunciaba la muestra de Martín Taylor: entre disciplina y deseo, un flaco tomaba mate de pie llevando el ritmo, una embarazada picoteaba pochoclo y, con el segundo cuplé a cargo de la garúa, un señor mantenía el grabador encendido bajo el paraguas mientras alguien lamentaba que aún no se hubieran formado Pos Pasajeros de Noé, los organizadores decidieron suspender hasta nuevo aviso. Pudieron frenar a ocho de las nueve murgas restantes: Los Herederos de Palermo ya estaban en camino e hicieron su representación en el hall del Centro de la Recoleta, rodeados por impecables niños de ojos claros, jóvenes posmodernos, heladeros que no quisieron perderse la fiesta y de ambulantes varios atraídos por los bombos, en contrapunto con un obrero oculto que obligó al “Turco Schumacher” a escupir el silbato y reclamar “¡Que se calle el del martillo!”.Fue, apenas, el avance de una de las tantas murgueadas que están volviendo a armarse en estos tiempos entre porteños que no quieren entregar la risa.
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