SÁBADO, 1 DE FEBRERO DE 2014
Este investigador, músico, educador y militante del Carnaval afirma que para que la fiesta sea realmente popular no puede ser solamente de las murgas y asegura que los niños tienen que encontrar en este festejo su posibilidad de jugar.
Por Andrés Valenzuela
Coco Romero es sinónimo de Carnaval porteño. Investigador del sector desde hace más de veinticinco años, coordina los talleres de murga del Centro Cultural Rojas, formó a buena parte de los principales directores murgueros de Buenos Aires y fue un militante en pos de la restauración de los feriados eliminados por la última dictadura militar y restablecidos unos años atrás por la presidenta Cristina Fernández de Kirchner. Escribió, entre otros libros, La murga porteña (historia de un viaje colectivo), que Ciccus reeditó recientemente. A la hora de analizar el reinado del dios Momo, que comienza esta noche, Romero es voz autorizada, crítica y apasionada.
Romero historizó el género cuando a nadie le interesaba. Se metió en tema en 1978, dos años después de la derogación militar de los feriados, y descubrió que los vecinos de su barrio no sabían nada. Entonces empezó a rastrear documentos y testimonios, se metió con Los Funebreros de San Martín y el Profe Chicho le narró la épica que en cada agrupación y centro con bombos, redoblantes y levitas transmiten los veteranos a los chiquilines. Su primer trabajo de campo fue con Los Funebreros y con Los Viciosos de Villa Martelli. “Eran murgas de provincia porque la murga es un fenómeno de orillas –explica—. Si uno dibuja el mapa de esta ciudad, los bastiones más fuertes están en los bordes.”
¿Murga en época militar? Así es, asegura Romero. “Hay una especie de ficción que en algún momento se generó, pero en realidad las murgas de provincia jamás dejaron de salir, las de Capital les deben a las del conurbano el aguante. Acá no salían porque había represión, pero las de provincia entraban igual porque tenían otro tipo de resistencia cultural”, destaca uno de los puntos que aborda su libro.
–Igual supuso una victoria la recuperación de los feriados, ¿o no?
–En lo personal, para mí se terminó una época. Imaginate, los milicos los sacaron y yo empecé a romper con esto. La lucha en ese terreno para mí fue muy compleja y desde la acción. Escribí, hice videos, fundé murgas, formé cantidad de gente. Saqué El Corsito, los libros, cuatro discos absolutamente conceptuales. Traté de producir denodadamente porque era la única manera de hacer piso en esa situación. Entonces terminó una época. Ahora me toca otra función, que es colaborar con los jóvenes, que tienen que ponerse adelante. La mía es una generación puente. Vivimos algo y nos tocó restaurar una cantidad de heridas.
–¿Cómo ve la situación actual del Carnaval porteño?
–Está interesante en término de participación social y variedad. Porque hay murgas ligadas a distintos estamentos: la diversión, la educación, lo social o lo artístico. Es decir, pero toda la organización del Carnaval no lo completa.
–¿Cómo no lo completa?
–Restaurar el feriado en términos corporales y reales de esta sociedad es un trabajo muy largo. No sólo está lo simbólico de tres generaciones y media que no sabían de qué se trataba, sino que en otras ciudades y países en esos treinta o cuarenta años el Carnaval avanzó muchísimo, se volvió una industria cultural, que incluso se ve en la exportación de estéticas determinadas. Hay grupos de rock de acá que han tomado lo afrobrasileño, y eso es industria cultural de un país, que se generó, se soporta, y que uno compra. ¿En qué consiste este comprar? En que te traen una murga uruguaya acá, o que San Luis contrata a una scola de samba de Brasil, y un partido de la costa te trae a los de Entre Ríos. Porque se acude a lo ya instituido y que tiene montado un dispositivo.
–Esos Carnavales también ganaron una estima en la clase media que el porteño no. Suele escucharse cierto desdén o incluso la frase “no son como los de...” mencionando alguno de los más comerciales.
–Sí, pero si son comerciales es porque se han desarrollado. Si las murgas nuestras cantan mal, dame cincuenta años de concursos y las murgas van a cantar bien. Yo vi muchos Carnavales y muchos llegaron a un grado de de-sarrollo por cosas que no sé si interesa a la idiosincrasia del murguero y los Carnavaleros. Todo esto que “se compra” tiene una estructura de concursos y estímulos detrás. No es la cultura barrial que dice “somos los mejores”. No, hay mucho dinero para el de-sarrollo de esa idea. El nuestro es un cuerpo social maltratado, con un fenómeno de cultura casi olvidado por cuarenta años. Cuando empecé, la gente no sabía qué era una comparsa o una murga y Momo era una marca de espuma. Restaurar eso compete a muchos estamentos sociales.
–¿Desde la función pública qué haría falta?
–Creo que ahora hay una plataforma donde hay muchísimos jóvenes, pero tiene que haber cuadros en el campo de la cultura que sepan del tema. Porque cuando llega el Carnaval aparece todo a último momento. Nada de lo hecho en mis talleres hubiera sido posible sin el Rojas. El Corsito tampoco. Pero el Rojas apostó y de ahí salieron los dirigentes más interesantes de Carnaval de la nueva generación. Por ejemplo, la gente de Los Calandracas y Los Descontrolados de Barracas. Si vos ves su trayectoria, ¡llevan muchísimos años de trabajo! Ese mismo trabajo hay que hacerlo con todo el dispositivo que rodea a la murga. Si en la Ciudad gastás a veces más en infraestructura que en los propios grupos, queda una cosa medio rara. Que está bien, pero creció como pudo. Hay iniciativas interesantes, como la tecnicatura en la Universidad de General Sarmiento, pero falta.
–¿Adónde hay que apuntar?
–Hay que aprovechar el valor creativo de los jóvenes que están en los grupos. Si no encuentran el lugar para volar en la murga, van a volar a otras expresiones. Cuando tenés un colectivo poderoso y organizado como Los Descontrolados, los contenés, pero no todos los grupos tienen esa organicidad. Ellos sí hacen pie porque tienen un lugar, gente pensando, una estructura, y la gente llega y se transforma por la experiencia. Para mí, la murga es como un centro cultural, y para que funcione tiene que tener un lugar, una contención real y una respuesta al crecimiento.
–Cierto desconocimiento persiste: no se conoce el esfuerzo ni el trabajo de meses. Hay quejas por ensayos en plazas o por los cortes de calle cuando empiezan los corsos.
–Está la cultura propia de la urbanidad y hay un clima de saturación, entonces está medio complicado. También hay una gran cantidad de murgas y poco espacio. Hay una tensión ahí que hay que solucionar, porque si no, no podés mantener el fenómeno. Esto se mantiene si hay un enamoramiento con el tema. Si vos tenés una búsqueda y el entorno lo ve como real, hay un apoyo implícito. Eso es lo que hace crecer la cuestión. Si la gente sabe que en tal corso hay algo lindo, la gente va. Ese es un trabajo de todos, murgueros y organizadores.
–¿Cuántos murgueros hay hoy?
–Muchos, pero es muy difícil calcularlo. Hay 100 murgas “oficiales” y 200 alternativas. Un bloque muy fuerte de grupos independientes. En Capital Federal existe un presupuesto para las murgas que entran al circuito. Pero por ahí tenés una murga en Vicente López y no puede entrar a Capital. Con Carnavales parcelados es muy difícil. Algo que no circula no va a funcionar. Es agua estancada y esto tiene que ser un río, tiene que fluir.
–¿Qué otras cuentas pendientes tiene el Carnaval porteño?
–Tengo la utopía de que hay que darles espacio a los niños. El niño debe jugar al teatro, al disfraz... debe jugar. El Carnaval es máscara y disfraz, no murga nada más. Es el combo. La generación de 35 años que no movió el pie, no lo va a mover, porque el cuerpo se olvidó y está todo en la cabeza. Si funciona la cabeza y no el corazón, olvidate. En el juego tenés que aflojar el bocho, y el Carnaval es básicamente un juego donde vas a ver a todos en el mismo lugar. La fiesta es el Carnaval y hay que darles espacio a todos. El Carnaval es lo menos corporativo del mundo. No existe en ningún lugar del planeta un Carnaval sólo para murgas. Hay que generar diversidad, si es el juego social más amplio que existe en términos de diversidad cultural. Si se abre la puerta a otras expresiones, se enriquecería la cosa. Si se abre la puerta a los niños, sería apostar al futuro. Si no, se va a tardar mucho más. Porque esto no se modifica solamente con bombos.
CULTURA › COCO ROMERO ANALIZA EL ESTADO DE LOS CARNAVALES PORTEÑOS, QUE COMIENZAN HOY
“Esto no se modifica sólo con bombos”
Este investigador, músico, educador y militante del Carnaval afirma que para que la fiesta sea realmente popular no puede ser solamente de las murgas y asegura que los niños tienen que encontrar en este festejo su posibilidad de jugar.
Por Andrés Valenzuela
Coco Romero es sinónimo de Carnaval porteño. Investigador del sector desde hace más de veinticinco años, coordina los talleres de murga del Centro Cultural Rojas, formó a buena parte de los principales directores murgueros de Buenos Aires y fue un militante en pos de la restauración de los feriados eliminados por la última dictadura militar y restablecidos unos años atrás por la presidenta Cristina Fernández de Kirchner. Escribió, entre otros libros, La murga porteña (historia de un viaje colectivo), que Ciccus reeditó recientemente. A la hora de analizar el reinado del dios Momo, que comienza esta noche, Romero es voz autorizada, crítica y apasionada.
Romero historizó el género cuando a nadie le interesaba. Se metió en tema en 1978, dos años después de la derogación militar de los feriados, y descubrió que los vecinos de su barrio no sabían nada. Entonces empezó a rastrear documentos y testimonios, se metió con Los Funebreros de San Martín y el Profe Chicho le narró la épica que en cada agrupación y centro con bombos, redoblantes y levitas transmiten los veteranos a los chiquilines. Su primer trabajo de campo fue con Los Funebreros y con Los Viciosos de Villa Martelli. “Eran murgas de provincia porque la murga es un fenómeno de orillas –explica—. Si uno dibuja el mapa de esta ciudad, los bastiones más fuertes están en los bordes.”
¿Murga en época militar? Así es, asegura Romero. “Hay una especie de ficción que en algún momento se generó, pero en realidad las murgas de provincia jamás dejaron de salir, las de Capital les deben a las del conurbano el aguante. Acá no salían porque había represión, pero las de provincia entraban igual porque tenían otro tipo de resistencia cultural”, destaca uno de los puntos que aborda su libro.
–Igual supuso una victoria la recuperación de los feriados, ¿o no?
–En lo personal, para mí se terminó una época. Imaginate, los milicos los sacaron y yo empecé a romper con esto. La lucha en ese terreno para mí fue muy compleja y desde la acción. Escribí, hice videos, fundé murgas, formé cantidad de gente. Saqué El Corsito, los libros, cuatro discos absolutamente conceptuales. Traté de producir denodadamente porque era la única manera de hacer piso en esa situación. Entonces terminó una época. Ahora me toca otra función, que es colaborar con los jóvenes, que tienen que ponerse adelante. La mía es una generación puente. Vivimos algo y nos tocó restaurar una cantidad de heridas.
–¿Cómo ve la situación actual del Carnaval porteño?
–Está interesante en término de participación social y variedad. Porque hay murgas ligadas a distintos estamentos: la diversión, la educación, lo social o lo artístico. Es decir, pero toda la organización del Carnaval no lo completa.
–¿Cómo no lo completa?
–Restaurar el feriado en términos corporales y reales de esta sociedad es un trabajo muy largo. No sólo está lo simbólico de tres generaciones y media que no sabían de qué se trataba, sino que en otras ciudades y países en esos treinta o cuarenta años el Carnaval avanzó muchísimo, se volvió una industria cultural, que incluso se ve en la exportación de estéticas determinadas. Hay grupos de rock de acá que han tomado lo afrobrasileño, y eso es industria cultural de un país, que se generó, se soporta, y que uno compra. ¿En qué consiste este comprar? En que te traen una murga uruguaya acá, o que San Luis contrata a una scola de samba de Brasil, y un partido de la costa te trae a los de Entre Ríos. Porque se acude a lo ya instituido y que tiene montado un dispositivo.
–Esos Carnavales también ganaron una estima en la clase media que el porteño no. Suele escucharse cierto desdén o incluso la frase “no son como los de...” mencionando alguno de los más comerciales.
–Sí, pero si son comerciales es porque se han desarrollado. Si las murgas nuestras cantan mal, dame cincuenta años de concursos y las murgas van a cantar bien. Yo vi muchos Carnavales y muchos llegaron a un grado de de-sarrollo por cosas que no sé si interesa a la idiosincrasia del murguero y los Carnavaleros. Todo esto que “se compra” tiene una estructura de concursos y estímulos detrás. No es la cultura barrial que dice “somos los mejores”. No, hay mucho dinero para el de-sarrollo de esa idea. El nuestro es un cuerpo social maltratado, con un fenómeno de cultura casi olvidado por cuarenta años. Cuando empecé, la gente no sabía qué era una comparsa o una murga y Momo era una marca de espuma. Restaurar eso compete a muchos estamentos sociales.
–¿Desde la función pública qué haría falta?
–Creo que ahora hay una plataforma donde hay muchísimos jóvenes, pero tiene que haber cuadros en el campo de la cultura que sepan del tema. Porque cuando llega el Carnaval aparece todo a último momento. Nada de lo hecho en mis talleres hubiera sido posible sin el Rojas. El Corsito tampoco. Pero el Rojas apostó y de ahí salieron los dirigentes más interesantes de Carnaval de la nueva generación. Por ejemplo, la gente de Los Calandracas y Los Descontrolados de Barracas. Si vos ves su trayectoria, ¡llevan muchísimos años de trabajo! Ese mismo trabajo hay que hacerlo con todo el dispositivo que rodea a la murga. Si en la Ciudad gastás a veces más en infraestructura que en los propios grupos, queda una cosa medio rara. Que está bien, pero creció como pudo. Hay iniciativas interesantes, como la tecnicatura en la Universidad de General Sarmiento, pero falta.
–¿Adónde hay que apuntar?
–Hay que aprovechar el valor creativo de los jóvenes que están en los grupos. Si no encuentran el lugar para volar en la murga, van a volar a otras expresiones. Cuando tenés un colectivo poderoso y organizado como Los Descontrolados, los contenés, pero no todos los grupos tienen esa organicidad. Ellos sí hacen pie porque tienen un lugar, gente pensando, una estructura, y la gente llega y se transforma por la experiencia. Para mí, la murga es como un centro cultural, y para que funcione tiene que tener un lugar, una contención real y una respuesta al crecimiento.
–Cierto desconocimiento persiste: no se conoce el esfuerzo ni el trabajo de meses. Hay quejas por ensayos en plazas o por los cortes de calle cuando empiezan los corsos.
–Está la cultura propia de la urbanidad y hay un clima de saturación, entonces está medio complicado. También hay una gran cantidad de murgas y poco espacio. Hay una tensión ahí que hay que solucionar, porque si no, no podés mantener el fenómeno. Esto se mantiene si hay un enamoramiento con el tema. Si vos tenés una búsqueda y el entorno lo ve como real, hay un apoyo implícito. Eso es lo que hace crecer la cuestión. Si la gente sabe que en tal corso hay algo lindo, la gente va. Ese es un trabajo de todos, murgueros y organizadores.
–¿Cuántos murgueros hay hoy?
–Muchos, pero es muy difícil calcularlo. Hay 100 murgas “oficiales” y 200 alternativas. Un bloque muy fuerte de grupos independientes. En Capital Federal existe un presupuesto para las murgas que entran al circuito. Pero por ahí tenés una murga en Vicente López y no puede entrar a Capital. Con Carnavales parcelados es muy difícil. Algo que no circula no va a funcionar. Es agua estancada y esto tiene que ser un río, tiene que fluir.
–¿Qué otras cuentas pendientes tiene el Carnaval porteño?
–Tengo la utopía de que hay que darles espacio a los niños. El niño debe jugar al teatro, al disfraz... debe jugar. El Carnaval es máscara y disfraz, no murga nada más. Es el combo. La generación de 35 años que no movió el pie, no lo va a mover, porque el cuerpo se olvidó y está todo en la cabeza. Si funciona la cabeza y no el corazón, olvidate. En el juego tenés que aflojar el bocho, y el Carnaval es básicamente un juego donde vas a ver a todos en el mismo lugar. La fiesta es el Carnaval y hay que darles espacio a todos. El Carnaval es lo menos corporativo del mundo. No existe en ningún lugar del planeta un Carnaval sólo para murgas. Hay que generar diversidad, si es el juego social más amplio que existe en términos de diversidad cultural. Si se abre la puerta a otras expresiones, se enriquecería la cosa. Si se abre la puerta a los niños, sería apostar al futuro. Si no, se va a tardar mucho más. Porque esto no se modifica solamente con bombos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario