Corsito número 1
Febrero de 1995
Bienvenidos
Por Coco Romero
De pibe mi tío me llevaba al corso. Era un Corsito que armaba su escenario en Av. Del Tejar y Monroe en los primeros años de la década del sesenta. Bailaban allí las murgas. El animador sostenía con su voz la atención del público. Banderines de colores, música, números artísticos, destrezas físicas, disfraces, papel picado, y sobre todo gente de todas las edades compartiendo las noches del rey Momo. No muy lejos a de allí, a la vuelta de la estación de Belgrano R, en Juramento y Zapiola, paraba la clásica barra de la esquina con los muchachos de, más o menos de dieciocho años y nosotros, los pibes de doce, semillero de las futuras murgas.
Después de haber salido un año en la murga del barrio, Ricardo Argüello - amigo de mi infancia, alias Cara de Nada- me convenció de las bondades de salir en la agrupación que ensayaba en el terraplén lindante con la estación ferroviaria (en la calle Pampa y las vías de ferrocarril Mitre).Casi todo el piberío vivíamos en los hoteles desparramados en cuatro manzanas a la redonda.
Reunión en el terraplén/ con estrellas en el suelo/ y una sola lamparita/ cuando se apagaba el sol.
El vecino del terraplén nos daba luz con un alargue. Ese año yo era un murguero que apenas había aprendido el paso rudimentario, mágico y encantador de la murga Los Mareados de Belgrano R. Al año siguiente algunos fuimos para el lado de Colegiales, donde ensayaban Los Pecosos de Chacarita. Su director se llamaba Peligroso – con los años supe que se llama Alberto Albertella- y recuerdo que vendía helados en triciclo. Cuando volví a salir con la murga de Belgrano, nos reuníamos en una peluquería que estaba frente a la plaza. Allí una larga fila de murgueritos esperábamos nuestro turno para que nos pintaran la cara y nos platearan el pelo a cambio de unas monedas.
La cita era a la tarde/ al lado del camión/ murgueros y directores/ los niños y algunas pibas.
Las mujeres, en esa época acompañaban: Pocas eran las que salían disfrazadas en las tardes y noches de carnaval.
Momentos inolvidables. Salida a cualquier esquina de un barrio vecino, bombo, platillo, silbato y desfile, ronda canción y los mejores bailarines – yo no me encontraba entre ellos- que ofrecían sus destrezas. ¡Cómo bailaban el Lobo Juárez y el Niya! Después la manga, vuelta al camión y a otro barrio y a otro barrio, a otra esquina.
A la sombra de los “barrios amados “- como diría Tuñón- conocí a la murga.
Después vino la música, el dibujo, la escuela de Bellas Artes. Amigos de otras barras y otros caminos. Cuando hice pie con un proyecto artístico sólido, con el grupo musical La Fuente, incorporamos a nuestro repertorio el tema Donde fueron los murgueros y lo grabamos en nuestro segundo disco.
Participaron allí el bombista de los Funebreros de San Martín, Chicho y Popó recitaba la retirada.
Del 79 al 83, en tiempos del Proceso militar hicimos murga con La Fuente al final de nuestros recitales. Un grupo de seguidores del grupo formaban al final de cada encuentro una murga espontánea con la que terminábamos la fiesta. Se llaman Los Fuenteanos.
Después seguimos haciendo murga con el grupo La Aldea mas tarde con Los Caballeros del Caño, y ahora con el Centro Murga Yo lo Vi, tendieron distintos puentes con el espíritu del carnaval.
Una de las claves de este proyecto artístico es que estuvo sostenido en el terreno de la investigación y la revalorización de la memoria del carnaval en los barrios, a través de la recopilación de testimonios orales de sus protagonistas y el acopio de todo tipo de materiales que me permitieran armar el esqueleto de su recorrido histórico, con sus presencias y ausencias.
Y atento también a lo que vendrá, empecé en los 90 con los talleres de murga – en el Centro Cultural Ricardo Rojas de la UBA y en distintos lugares de Buenos Aires y la provincia -, generando un nuevo espacio de proyección murguera, ubicando a la murga como lugar de creación, teniendo en cuenta los colores, las formas, la historia de nuestras agrupaciones, e impulsando el nacimiento de agrupaciones de jóvenes que busquen la murga de los 90. Si el barrio ya no existe como tal, “inventar nuevos puntos de encuentro”.
En resumen, tres ejes de trabajo – el artístico, el docente y el de investigación -, a los que ahora se suma esta publicación como propuesta de divulgación del imaginario del carnaval.
Bienvenidos a la lectura de El Corsito que, con el tema “Momo volvé nosotros te queremos”, difundirá materiales carnavalescos de creación anónima, literatura, mitología, ensayo, humor, testimonios, dibujos, fotos y artículos vinculados al tema.
Deseamos, a toda costa, recrear la idea del carnaval en la ciudad. Que vuelvan los carnavales a Buenos Aires, que desde hace tiempo brillan por su ausencia.
De pibe mi tío me llevaba al corso. Era un Corsito que armaba su escenario en Av. Del Tejar y Monroe en los primeros años de la década del sesenta. Bailaban allí las murgas. El animador sostenía con su voz la atención del público. Banderines de colores, música, números artísticos, destrezas físicas, disfraces, papel picado, y sobre todo gente de todas las edades compartiendo las noches del rey Momo. No muy lejos a de allí, a la vuelta de la estación de Belgrano R, en Juramento y Zapiola, paraba la clásica barra de la esquina con los muchachos de, más o menos de dieciocho años y nosotros, los pibes de doce, semillero de las futuras murgas.
Después de haber salido un año en la murga del barrio, Ricardo Argüello - amigo de mi infancia, alias Cara de Nada- me convenció de las bondades de salir en la agrupación que ensayaba en el terraplén lindante con la estación ferroviaria (en la calle Pampa y las vías de ferrocarril Mitre).Casi todo el piberío vivíamos en los hoteles desparramados en cuatro manzanas a la redonda.
Reunión en el terraplén/ con estrellas en el suelo/ y una sola lamparita/ cuando se apagaba el sol.
El vecino del terraplén nos daba luz con un alargue. Ese año yo era un murguero que apenas había aprendido el paso rudimentario, mágico y encantador de la murga Los Mareados de Belgrano R. Al año siguiente algunos fuimos para el lado de Colegiales, donde ensayaban Los Pecosos de Chacarita. Su director se llamaba Peligroso – con los años supe que se llama Alberto Albertella- y recuerdo que vendía helados en triciclo. Cuando volví a salir con la murga de Belgrano, nos reuníamos en una peluquería que estaba frente a la plaza. Allí una larga fila de murgueritos esperábamos nuestro turno para que nos pintaran la cara y nos platearan el pelo a cambio de unas monedas.
La cita era a la tarde/ al lado del camión/ murgueros y directores/ los niños y algunas pibas.
Las mujeres, en esa época acompañaban: Pocas eran las que salían disfrazadas en las tardes y noches de carnaval.
Momentos inolvidables. Salida a cualquier esquina de un barrio vecino, bombo, platillo, silbato y desfile, ronda canción y los mejores bailarines – yo no me encontraba entre ellos- que ofrecían sus destrezas. ¡Cómo bailaban el Lobo Juárez y el Niya! Después la manga, vuelta al camión y a otro barrio y a otro barrio, a otra esquina.
A la sombra de los “barrios amados “- como diría Tuñón- conocí a la murga.
Después vino la música, el dibujo, la escuela de Bellas Artes. Amigos de otras barras y otros caminos. Cuando hice pie con un proyecto artístico sólido, con el grupo musical La Fuente, incorporamos a nuestro repertorio el tema Donde fueron los murgueros y lo grabamos en nuestro segundo disco.
Participaron allí el bombista de los Funebreros de San Martín, Chicho y Popó recitaba la retirada.
Del 79 al 83, en tiempos del Proceso militar hicimos murga con La Fuente al final de nuestros recitales. Un grupo de seguidores del grupo formaban al final de cada encuentro una murga espontánea con la que terminábamos la fiesta. Se llaman Los Fuenteanos.
Después seguimos haciendo murga con el grupo La Aldea mas tarde con Los Caballeros del Caño, y ahora con el Centro Murga Yo lo Vi, tendieron distintos puentes con el espíritu del carnaval.
Una de las claves de este proyecto artístico es que estuvo sostenido en el terreno de la investigación y la revalorización de la memoria del carnaval en los barrios, a través de la recopilación de testimonios orales de sus protagonistas y el acopio de todo tipo de materiales que me permitieran armar el esqueleto de su recorrido histórico, con sus presencias y ausencias.
Y atento también a lo que vendrá, empecé en los 90 con los talleres de murga – en el Centro Cultural Ricardo Rojas de la UBA y en distintos lugares de Buenos Aires y la provincia -, generando un nuevo espacio de proyección murguera, ubicando a la murga como lugar de creación, teniendo en cuenta los colores, las formas, la historia de nuestras agrupaciones, e impulsando el nacimiento de agrupaciones de jóvenes que busquen la murga de los 90. Si el barrio ya no existe como tal, “inventar nuevos puntos de encuentro”.
En resumen, tres ejes de trabajo – el artístico, el docente y el de investigación -, a los que ahora se suma esta publicación como propuesta de divulgación del imaginario del carnaval.
Bienvenidos a la lectura de El Corsito que, con el tema “Momo volvé nosotros te queremos”, difundirá materiales carnavalescos de creación anónima, literatura, mitología, ensayo, humor, testimonios, dibujos, fotos y artículos vinculados al tema.
Deseamos, a toda costa, recrear la idea del carnaval en la ciudad. Que vuelvan los carnavales a Buenos Aires, que desde hace tiempo brillan por su ausencia.
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